El Subgeneral Siqueiro me despierta con un buen mate para
contarme el cuento de este domingo, de Margarita y Pedro.
Margarita siempre quería estar en el cielo y muchas veces lo
lograba, mientras que Pedro hacía vanos intentos por salir de la tierra.
Primero, ella tiraba la piedra y, luego, le tocaba a él al ganar el turno.
La cuestión no era quién ganaba o quién perdía el turno,
sino la equidistancia entre el cielo y la tierra. Cuando Margarita lograba su
cometido de llegar al cielo, Pedro no había despegado de la tierra, a pesar de
sus varios intentos. Y cuando Pedro arriba al cielo no le encontraba ningún
placer al verse parado sin compañía.
De muy pequeños se divertían. A Margarita no le gustaba
perder nunca. El Subgeneral Siqueiro me cuenta que era una niña bastante cabeza
dura, por lo cual un tanto difícil de manejar. Y Pedro, si bien siempre le
tocaba la tierra, vivía más colgado de una nube y con tal de no escuchar los
caprichos de su amiga le dejaba ganar.
Disputándose el cielo y la tierra pasaron sus primeros años
escolares. En cualquier lugar jugaban: el patio del colegio, la vereda del
colegio, la calle, las veredas y patios de sus casas. Siempre encontraban un
lugar para hacer ahí su cielo y su tierra.
Llegados a la adolescencia el cielo y la tierra comenzaron a
cobrar otro sentido. Pedro ya no veía a Margarita como su compañera de escuela,
su amiga del barrio. Y a Margarita le pasaba algo similar. Pero el cielo y la
tierra seguían siendo su propiedad exclusiva. No compartían con nadie. Esos
ratos eran de ellos dos y nadie más. No es que habían puesto reglas en cuanto a
su juego, sino que los dos lo querían de su exclusividad.
Ya no jugaban todos los días. Pero en el aire se notaba que
algo iba cambiando paulatinamente. Pedro quería llegar al cielo para sentir la
compañía de Margarita. Pero al arribar ella ya no se encontraba allí. Decidía
bajar a la tierra, pero Margarita ya se encontraba en el cielo otra vez. Pedro
empezó a sentir que el juego era un límite entre ellos dos. Margarita le
preguntó qué le pasaba, porque se había dado cuenta que ya no disfrutaba como
antes. Y él sólo le dijo que ya estaba un poco aburrido de jugar el mismo
juego. Margarita le pidió que lo disfrutara, porque a ella le encantaba
compartir ese rato con él.
Pedro intentó una y otra vez no sentirse preso del juego.
Pero no había caso. Margarita se dio cuenta del esfuerzo que hacía. Y le
preguntó si estaba aburrido de ella también. Y él le dijo que no, que sólo lo
aburría atarse a las reglas de un juego, de hacer crecer su relación con un
juego. Pedro pretendía más hasta que Margarita lo comprendió, porque ella
también empezaba a fastidiarse con las normas.
Margarita: ¡Inventemos nosotros las reglas! Total nosotros
somos los dueños del juego.
Y así después de arrojar la piedra, Pedro saltó de a dos los
casilleros y prontamente llegó al cielo de Margarita.
El Subgeneral me cuenta que Pedro quería a Margarita a su
lado. Después de aquel día Margarita y Pedro siguen jugando a la rayuela, pero
esta vez saltan, sortean los casilleros de acuerdo a las ganas de besarse y
abrazarse. Después de aquel día –finaliza el Subgeneral- Pedro y Margarita no
necesitan sí o sí jugar la rayuela, porque empezaron con un nuevo juego, el juego
del amor entre ellos dos.
Hasta todos los momentos.

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