martes, 1 de noviembre de 2011

La cocina del revoluteo


Para contrarrestar la rutina de la semana me guardé en la mochila el libro “Afrodita” de Isabel Allende para leer en el colectivo o de regreso caminante a mi casa. Con los ojos a medio abrir fue el primero que tomé, sin pensar, sólo quería tener algo que me inspire y me haga olvidar este día.

Hojeé un par de líneas, hace años lo leí. Y ahí recordé mi descubrimiento de receta a receta que nos incita a descifrar el poder del amor en cada plato. No importa si es la pareja, novi@, chic@, amig@ o un revoluteo.

No soy de cocinar asiduamente. Mi cocina es más utilizada para poner la pava 15 veces al día para tomar unos mates que para elaborar una comida casera, excepto con las tostadas de mi desayuno y merienda.

Pero dicen los que saben que para cocinar no se necesita formación, ni el libro de Doña Petrona. Mi nonna nunca leyó un libro de cocina y ella hacía manjares con un bollito de pan o mezclando los ingredientes. Creo que esa habilidad la adquirió por las guerras y la hambruna de su Italia. De chica -con mi nariz asomada a la mesada- la veía amasar, inventar comidas y ponerle alimentos de muchos colores. Esa era la única manera que yo abandonara mis caprichos a la hora de la comida. Varios días de la semana se dedicaba a investigar nuevos sabores, nuevos platos. Y con ella –si bien no saqué su habilidad de cocinera- aprendí que el ingrediente más importante es el amor, que nace del espíritu creador.

De mi nonna siempre admiré su pasión por crear recetas, con un toque particular. Tenía su sello. Y tanto ver a esa mujer hacerse y deshacerse en platos me quedó la nostalgia de ese sentimiento.

No importa la grandiosidad del plato. Para mí en una simple tostada, untada con mermelada –en su versión dulce- o con una salsa –en su versión salada- puedo conjugar el cariño hacia la otra persona. Vos sabes que quiero que la vida esté hecha de revoluteos. Y uno de mis revoluteos preferidos es unir la presencia de otra persona con el olor a tostada recién hecha.

Y entre Isabel y mi nonna reparé que cocinar es un acto revolucionario. No importa la receta, ni los gramos que corresponden. Importa la pasión, el sentimiento que te mueve a ser partícipe de la degustación, de las sensaciones creadas en el otro, en el que prueba un bocado. Importa perderse en el otro, ese otro que percibe los ingredientes de amor y pasión volcados en cada una de las recetas.

Y así hoy te dejo mi receta preferida para una comida de revoluteo:

Ingredientes
500 gramos de amor
500 gramos de pasión
450 gramos de locura
300 gramos de creatividad
500 gramos de atrevimiento
450 gramos de originalidad
300 gramos de inventiva
300 gramos iniciativa

Preparación
Verter en un bowls la mitad de las cantidades de la lista de ingredientes. Sazonar con sal y pimienta. Revolver 5 minutos, mezclar otros 5 minutos. Colocar la mezcla en una sartén a fuego moderado.

Una vez listo colocar la masa en una budinera.

Con la llegada de la otra persona, verter en otro bowls el resto de las mitades de la lista de ingredientes. Sazonar con sal y pimienta. Mezclar 5 minutos y batir otros cinco más. Colocar la mezcla en una sartén a fuego moderado.

Una vez lista conjugar con la otra mitad y así el revoluteo será parejo, una mezcla de creatividad y otra mezcla de inventiva.

Degustación
Cortar en porciones proporcionales, decorar el plato con laurel y pimiento. Servir en la mesa. Y degustar del plato sentados en el piso, preferentemente sentados estilo indio.

Hasta todos los momentos. 


1 comentario:

  1. Estimadísssssima Renata:

    Esta nota me hizo acordar mucho al libro "Como agua para chocolate", que es es una novela de amor que relata la vida de una muchacha que sufre a causa de las tradiciones antiguas de que la hija más pequeña tenía que cuidar a su madre, creció en la cocina la cual era su único consuelo, sus platillos tenían diferentes efectos según el carácter y comportamiento de la persona que los comía. Cocinar, era su único escape a los problemas que le causaba haberse enamorado, al dolor de no poder estar con el amor de su vida, del golpe fatal que fue para ella saber que el hombre que amaba se casaría con su hermana, de las humillaciones y golpes de su madre y la perdida de la persona que la crío y quiso más que su propia madre; paso por tantas dificultades que cuando sintió que había encontrado de nuevo el amor se dio cuenta de que seguía amando a ese hombre que a pesar de todo era su más grande y único amor. Ella siempre luchó por romper esa tradición que parecía ser su maldición. Cuando por fin pudo librarse de todo lo que le impedía ser feliz y estuvo en el momento más culminante de su querencia, sufrió la perdida del hombre que amaba. Al fin de la novela logra su objetivo y muere a causa del fuego de su combinación de amor y pasión.

    Creo que amor y cocina son dos conceptos que aparecen muchas veces relacionados. Unas veces porque hablamos del amor a la cocina y otras, porque cocinamos por y con amor. También creo que cocinar por amor es preparar alimentos con la sencilla motivación de la alegría que se crea al producir algo para otros. Cocinar siempre implica ir tras un resultado que se comparte. Así sea porque se quiere, porque se debe hacer o porque se hace como negocio, la satisfacción de cocinar explota en el momento de decir “¡Ya pueden pasar a la mesa!”, que es como una especie de grito de victoria.

    Obviamente alguien puede cocinar para sí mismo, pero es sorprendente cómo aun en ese caso, el resultado es susceptible de compartirse y en la mayoría de casos se hace. La receta que se cuenta al otro día, la buena sensación que se relata más tarde, guardar el pedacito para alguien o preparar luego el mismo plato en una reunión, son demostraciones de que la cocina es equiparable a los libros. Así se lea para uno, el conocimiento que deja un libro sólo se completa cuando se comparte, se transfiere o se replica, interpretado por el lector.

    Muchas personas suelen decir “uno sólo come cualquier cosa, pero acompañado, vale la pena cocinar algo rico”, por cierto, una gran verdad!

    La cocina para el que le gusta y lo siente es una actividad placentera y un ritual, como un tiempo para pensar, para reencontrarse con lo sencillo, e incluso como una oportunidad para hacer amistades o acercarse a quien se quiere, si se cocina en compañía.

    Y más allá que la finalidad de la cocina está en alimentarse, el sentido de cocinar está, más que en la comida misma, en el proceso y en las infinitas variables que puede tener. Tal como en el sentido del viaje no está en llegar, sino en el transcurso del viaje. En suma, en lo que se vive al viajar, o al cocinar.

    Concluyendo, cocinar es un acto de creación, pro-activo y pro-ductivo, com-partido, dis-frutado y bien vale la pena vi-virlo!!!

    Hasta todos los momentos !!!

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L@s camaradas dicen