Mensaje de la botella

Desde la terraza de mi casa veo los árboles del Parque Lezama. Y, desde aquí, parece tan fácil amar, aunque sea momentáneamente o no sepa aún el devenir de un chico revolucionario en mi vida. Y pienso. Siempre pienso. A la mañana mi primer pensamiento me da los buenos días en pijama. A la tarde deambulo de uno en otro, de otro a otro, mientras me ocupo de numerosas tareas diarias. A la noche conjugo mis pensamientos con la escritura, similar al movimiento constante enlazado con mi vaivén de ideas.

Siempre digo que todo medio de expresión es válido en nombre del amor revolucionario. Y así, sentada en mi terraza, recuerdo mi fascinación por el mensaje de la botella. Ese acto extraordinario de garabatear pensamientos, ideales, deseos y sueños para arrojar en una botella en medio del mar.

Mentalmente muchas veces arrojo mensajes de la botella al mar. Todos conllevan mi causa.

Esta noche, sentada en la terraza, imaginariamente lanzo  mi mensaje revolucionario de la botella al éter para que vos puedas tomarlo, hacerlo tuyo, sin importarme dónde estás, en términos geográficos. Soy cabeza dura al pensar que mi lucha trasciende fronteras, sentimientos, clases, miradas, situaciones y estilos de vida. Podrás conmoverte más o menos, pero el amor te llega. ¿Sabes por qué? Porque cualquier tabla de medición se desvanece ante el amor.

Esta noche me arriesgo a que hay uno, dos, tres, decenas, centenares, que sé yo… miles de navegantes de la vida recogiendo el mensaje de mi botella.

El amor revolucionario es algo más permanente que un gobierno de turno o los cambios sociales.  El amor revolucionario no entiende de leyes, de legitimidad, ni legalidad. Tampoco habla de intereses políticos partidarios, ni del sube y baja de la bolsa. 

El amor revolucionario es mi filosofía de vida, que quiero que se extienda más allá y se burle en la cara misma de la globalización.

El amor no puede ser destruido, ni vencido, aunque es cierto que en períodos de nuestra historia intentaron acallarlo, silenciarlo y pasarlo a voz en off.  Pero no pudieron, ni tampoco podrán. Por medio del amor tenemos que aprender a convivir, con nuestras diferentes miradas, estilos y pensamientos, pero convivir.

El amor revolucionario es un eje de liberación: de sacudirnos de los convencionalismos sociales, de despejarnos de esas cosas que aún no le encuentro razón de ser, de combatir la miseria humana.

La historia hace desfilar ante mi mirada a los caídos, secuestrados, desposeídos de humanidad por pelear por más amor para vos, para mí, para el ser humano, en su expresión más pura.

Intento aprender a transmitir el amor hasta en el acto más mínimo de mi vida. No quiero que mi lucha quede sólo en escritos. Intento  ser una emisora del amor, de reivindicar y seguir los pasos de los librepensadores que lucharon y luchan ante la represión, la explotación y la resignación que el sistema dominante nos impone y que, patéticamente, nos quiere hacer acostumbrar o, peor aún, nos muestra como la normalidad. ¿Normal para quién? ¿Normal para qué? El amor revolucionario no categoriza, ni cataloga.

Me rebelo contra el engaño, la mentira, la hipocresía y la enfermedad de poder. Revindico mi revolución como el camino definitivo para descubrirme, crecer y fluir en medio del amor.

Con mi revolución quiero pensar, pensarte, que me pienses y que nos pensemos. Algunos podrán interpretar mi acción guerrillera más fácilmente y otros no. Algunos la verán light y otros están intentado descifrar el por qué. Cada uno tiene sus tiempos. No pretendo ser una revolucionaria acelerada, porque puedo pecar de atolondrada. Pero sí quiero que luchemos por el amor por y para nosotros.

Esta noche, desde mi terraza, guardo este mensaje en la botella y la lanzo al aire soñando que vos la tomas y me pensas, te pensas y nos pensamos.

Y para terminar me atrevo a parafrasear a Rodolfo Walsh para decirte que los únicos héroes posibles, los revolucionarios, siempre necesitan del mensaje de la botella.

Hasta todos los momentos.

Nota renatista: Las botellas que encontré eran todas de índole capitalista y, bueh... la botella se convirtió en un frasco-botella.