Vivimos preguntando, interrogando. Una tras otra pregunta a
la pareja, a los amigos, a los hijos. Una sucesión sucesiva de preguntas que no
nos dan respiro. ¿O es solo mi sensación? Cuando no vemos por un tiempo a una
persona o alguien no nos respondió un mensaje batallamos con nuestras
preguntas. Pareciera que el otro siempre nos tiene que dar una explicación. Perdemos
ratos, charlas y damos vueltas en por qué, para qué y cuándo.
Muchas veces siento que nos perdemos en el laberinto del
signo de interrogación en vez de fluir en el aquí y ahora que se nos presenta.
Parece que estamos empecinados en ser detectives de la cotidianeidad del otro.
Es más tiempo el que perdemos con nuestro interrogatorio que
el tiempo que fluimos. Y así, somos enroscados por momentos. Es más fácil
disfrutar del estar con otro sin más, sin menos. Pero parece que estamos
encaprichados en ser la máquina preguntona.
Estoy segura que debe haber una fórmula secreta para vivir
sin tantos interrogatorios a cuesta. Escuchar más es una, pero a lo mejor debería
empezar por dejar de hablar de las preguntas y disfrutar de esta tarde en casa.
Hasta todos los momentos

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L@s camaradas dicen