Todas
las mañanas los niños van a la escuela. Todas las mañanas salimos a trabajar.
Todas las mañanas disfrutamos del desayuno, la comida más importante del día,
según especialistas. 
Salga
el sol o esté nublado siempre vamos para adelante, ya sea por obligación o por
inquietud.
Tanta
energía gastamos en la rutina. Tanta neurona utilizamos en los pensamientos
diarios. Tanta materia gris invertimos en nuestro quehacer diario.
Pero
no se llega muy lejos a lo largo del camino de la rutina, signada día a día por
nuestras agendas. No se llega muy lejos si no miramos más allá de la
cotidianidad. 
De
todo cuanto ocurre las personas ven la fotografía, no la película. 
Por
el camino de la rutina sólo llegamos a asumir una actitud realista, despojada
de sensaciones y sentimientos nobles. Esa actitud realista se condice con el
proceso de la realidad material que transitamos. 
No llegamos al amor por el
mapa de la rutina.
Únicamente
el amor tiene el poder de exaltarnos. Me parece bueno y justo mantener mi creencia
en que el amor encarna todas las cosas. Me parece indicado sentarme en una
plaza a tomar mate y respirar mi alrededor, me parece indicado sentarme en un
bar a mirar a los cafetineros. Me parece indicado sentarme en el cordón de la
vereda de mi casa para pasear con los transeúntes.
Le
tengo horror a los sentimientos de vacío, a la mediocridad reinante de nuestra
época. Esto es lo que ha generado actitudes ridículas y gestos de egoísmo.
Aunque
sea mi última audacia opto por la revolución del amor, la última revolución que
nos despabilará del presente materialista y nos proyectará al futuro creactivo
y artístico.
Aunque
sea mi última audacia opto por guiarme por mi corazón, mi espíritu rebelde para
derrocar la frialdad de estos tiempos.
Despabilate de la rutina, dejala a un lado y hagamos
juntos la revolución del amor. Esto lo quiero hacer con vos, camarada.
Hasta
todos los momentos.

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L@s camaradas dicen