En febrero
de 2000, Marcos emprende un viaje, sin destino cierto, ni planificación de
estaciones. Buscaba una razón de ser, una causa que lo movilizara, que en la
ciudad porteña, a sus 30 años, no había hallado. Cansado de su rutina, de su
ida y vuelta del trabajo a la casa una noche tomó la decisión de partir sin
rumbo fijo, ni fecha de llegada. Le pidió a su amigo que preparara su
bicicleta. Y una vez lista, Marcos emprendió su viaje cuasi existencial.
Recorrió el
norte de Argentina, descubrió otra realidad, distinta a la de la ciudad de
cemento, que había dejado unas semanas atrás. Culturas, costumbres, nuevos
rostros. Vivió en casas de familia, recorrió lugares. Pero seguía sin encontrar
lo que buscaba.
Manuel (poblador): ¿Qué es lo qué buscás con tu viaje?
Marcos: No lo tengo muy en claro, pero necesito una
razón, un motivo que me mantenga movilizado. ¿Será el amor?
M: Seguramente.
M: Me aburrí de la ciudad, no hay nada original donde vivía. Y, la verdad,
no quería quedarme con la duda de la inmovilización.
M: Entonces, amigo, no dejes de pedalear hasta toparte con esa causa.
Y esa noche
Marcos prosiguió viaje, esta vez hacia el Machu Pichu.
Por un
desperfecto en su bicicleta tuvo que hacer una parada temporal en la ciudad de
Cuzco. Aprovechó tres días para recorrerla, conocerla y recabar consejos acerca
de su llegada y estadía en Machu Pichu.
En una casa
de familia de Ollantaytambo paraba Camila, tras tres meses de viaje por América
Latina. Era su primer viaje sola. Y tampoco se había puesto fecha de llegada,
ni un circuito turístico.
El
Subgeneral Siqueiro detiene el relato para preguntarme si sé de la leyenda de
Ollantaytambo y con mi cabeza le hago saber que no. 
Y así me
cuenta de una guerra librada, en los tiempos incaicos, por el amor entre un
general y la hija del general mayor. Como el padre de ella no aceptaba la
relación, el general declaró el estado de guerra del pueblo hasta que el
general mayor lo aceptara como esposo de su hija. Semanas y semanas de guerra
sufrieron hasta que la hija convenció a su padre de frenar la guerra, ya que el
general estaba dispuesto a luchar a toda costa por el amor de ella. Y así,
consintiendo a su hija, declaró el final de la guerra y ellos dos vivieron
juntos hasta envejecer.
Renata: ¿Y a qué viene?
Subgeneral Siqueiro: ¿Renata, no estás ejerciendo la
paciencia?
R: Más menos que más, Subgeneral.
El
Subgeneral continúa con el viaje de Marcos. En la estación del tren de Ollantaytambo,
mientras sacaba el boleto, vio a Camila.
Camila estaba
apoyada sobre su bicicleta en el andén, esperando la llegada del tren. 
Mientras
Marcos no le quitaba pisada, Camila se preguntaba quién sería el mirón, que
también estaba con su bicicleta. No sabía por qué, pero no podía dejar de
mirarlo o, al menos, de curiosear cada uno de sus movimientos. Marcos se había
dado cuenta que ella también lo miraba y no sabía si acercarse o esperar a la
llegada del tren.
Entre la
indecisión de Marcos por acercarse y la mirada permanente de Camila arribó el
tren. 
Ya dentro
del vagón, él fue a buscarla y desde ese instante no pararon de conversar
durante todo el trayecto. Intercambiaron sus experiencias y los por qué de sus
respectivos viajes. Durante los primeros minutos los dos se sentían atraídos y,
a la vez, confundidos. Ni Marcos, ni Camila eran creyentes del amor a primera
vista. 
Marcos: ¿Seguimos juntos hasta Machu Pichu?
Camila: Dale. 
Y al otro
día iniciaron juntos el camino al Machu Pichu. Cuando llegaron a la cima del
templo incaico sintieron que era un momento mágico, cargado de mística y pura
energía, como si los dioses ancestrales estuvieran ahí, esperando que se
besaran.
Primero, se
miraron. Después se abrazaron e iluminados por los rayos del sol sellaron sus
respectivos viajes con un beso. Tras ocho horas de camino no se sentían
cansados, ni hambrientos, ni sedientes. Nada de eso existía ante sus espíritus
revolucionados.
Y desde ese
día no se separaron más. El Subgeneral Siqueiro me cuenta que no sabe dónde
están ahora, porque en la cima del Huayna Pichu prometieron continuar su viaje,
pero ya juntos. “Probablemente, Renata, al sellar su amor revolucionario en el
templo hayan sido influidos por la leyenda incaica del general y de la hija del
general mayor y ya no se separen nunca más”.
Hasta todos
los momentos.
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