Es una verdad que los bajos grados y yo no nos adaptamos a la convivencia. Entre los bajos grados y yo lidiamos sistemáticamente con conflictos, más allá de pasar distintas mediaciones. Pero, no hay caso. No llegamos a un buen acuerdo.
Una buena forma de sacudirme del frío es con una copa de vino. Y para eso quiero una cita clandestina.
No quiero un ramo de rosas, ni un oso de peluche, ni piropos por doquier. Me conformo con tomar una copa de vino y que me dejen decir un número indeterminado de pensamientos colgados. Prometo reciprocidad.
Prometo no cantar una que sepamos todos de Cacho Castaña, ni grabarte en plano detalle mientras alzamos nuestra copa de vino.
No hay mucha ciencia, ni tácticas y estrategias.
No hablo de historias pasadas. Tampoco hablo del futuro. Mi mejor lema es “Carpem die”.
Las adulaciones no son necesarias conmigo. Ni lo linda, producida y demás yerbas que suelen decirse en las citas tradicionales. Está claro, que quiero una cita clandestina.
Simplemente, quiero disfrutar de una copa de vino. Eso sí, tiene que ser un hombre.
¿Es difícil? Sí, bastante. Pero, ya sabés que mi revolución por el amor revolucionario es una de mis cruzadas más importante.
Después de varias tareas y obligaciones rutinarias llegó el feriado más esperado y acá estoy. Así que el fin de semana ya lo doy por pasado.
Simplemente, pido que sigamos las formas revolucionarias. Nada de verso. Nada de complicaciones o, a lo sumo, enfrentar la complejidad de lo que puede ser una cita clandestina.
Si la actitud es bien revolucionaria puedo cambiar el vino por un vaso de Fernet o un vaso de whisky. Pero, claro, el desafío está en descifrar una cita clandestina.
Hasta todos los momentos.
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