domingo, 21 de agosto de 2011

De masones y rebeldes

Esta mañana el Subgeneral Siqueiro me cuenta acerca de la historia de amor entre una joven rebelde, Jane, y un iniciado masón, Robert.

Allá por 1600 sólo los hombres accedían a la membresía oficial del Club de Masones. Por esos años la literatura era una cuestión de eruditos y de selectos. Para ser una lectora había que ser una mujer brava, no tener freno ante el buroducto social del mundo de los hombres.

Durante su infancia, Jane se dedicó a leer poemas y cantos al amor, ya en su adolescencia comenzaba a investigar de qué trataba la masonería y llegada su juventud descubrió su devoción por una poetisa rebelde.

Al abandonar su adolescencia, Robert comenzó asistir al Club y de la mano de su maestro ingresó al universo de la masonería.

Al lado del Club de Masones se hallaba la biblioteca de la ciudad. Jane y Robert se cruzaban en la vereda, cuando cada uno se dirigía a su lugar. Los primeros días sólo intercambiaban sus miradas y Robert quedaba boquiabierto cuando veía que Jane no bajaba su mirada ni un segundo.

“Renata, pensá que en aquel siglo una mujer debía bajar la mirada ante un hombre”, me recuerda el Subgeneral Siqueiro.

El Subgeneral retoma el relato.  Con el transcurso de los meses, el encuentro se le hizo hábito a ambos. Mientras Jane mostraba su interés por medio de su vestuario, su saludo, su postura, en Robert no asomaba mayor expresión para con ella.  Él seguía indagando dentro de los códigos y los rituales de los masones.

Ambos circulaban, aunque fueran en dos planos distintos. Jane seguía de cerca la historia de esa poetisa, Sor Juana. Le movilizaban sus poemas, libros, escritos acerca del amor revolucionario. Descubrió que la escritura era su pasión y el motivo de desvelo de cada una de sus noches. Ella sufría ante la imposibilidad de acceder a la educación por su condición de género. Pero, su espíritu inquieto hacía que enfrentara cada obstáculo como una meta a alcanzar. Y, por su lado, Robert asumía su compromiso de por vida como masón.

Jane cada día se enamoraba más de aquel joven misterioso, mientras que Robert no parecía estar enamorado de ella.

Ella ya no sabía qué hacer más para declarar su amor revolucionario. Tuvo uno o dos intentos fallidos. Entre el encuentro callejero y la mirada de Robert, Jane no se animaba a su acto de amor.

Una noche de insomnio, insufrible insomnio, Jane se lanzó a escribir su primera carta de amor. El destinatario, claro, era Robert.

“Sir Robert:

No es de una mujer rebelde ocultar mis pensamientos. No es de valiente acallar mis sentimientos. No es de revolucionaria no luchar por el amor. Por una u otra razón ya no puedo ocultar mis pensamientos al hombre a quien amo. No sé que sucederá después que me leas. Pero, de algo estoy segura: al menos, te has enterado de mi amor hacia ti. En los enamoramientos cuenta mucho la dosis del amor revolucionario, creo que es la única manera de llegar y recorrer al otro.

Mis lecturas de Sor Juana me descubrieron enamorada de ti. Cuando leía el libro Amor es más laberinto sólo veía tu mirada en cada una de las oraciones. Y ahí mi corazón dictaminó que no podía seguir callada.

Y aquí estoy, escribiéndote sólo para decirte que lucho por ser tu amada”.

El Subgeneral Siqueiro me cuenta que en el Club de Masones llegó un sobre dirigido a Robert. Al día siguiente, Robert la esperó en la puerta, le tendió su mano y la invitó a bailar en medio de la vereda. Ese fue el acto más revolucionario de Robert para corresponderle a Jane. 


Hasta todos los momentos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

L@s camaradas dicen