Todo lo que estudiamos en nuestras vidas viene en formato
institucional: colegio, universidad, materias, por citar algunos ejemplos. Gran
parte de nuestros días pasaron, pasan y pasarán en horas cursadas, horas de
estudio. Esta manera de estudio, bien institucional y estructurado, es invento
de los últimos siglos.
Perdí la cuenta de mis horas de cursadas y las dedicadas al
estudio. Hoy en día siguen ocupando lugar en mi vida. 
Hace un tiempo me pregunté cómo estudiamos, cómo nos
formamos en los aspectos más importantes de nuestro ser, que justamente no
tiene que ver con la sistematización del saber, sino todo lo contrario.
¿Cómo estudiar mi autoestima? ¿Cómo prepararme para
quererme? ¿Cómo hago para quererme sin sentirme egoísta? ¿Cuáles son los pasos
para que mi amor propio florezca cada día? ¿Por dónde empiezo? 
Este tema no es tan estructurado como los de una carrera. Y
créelo o no, es más importante que el título que podemos recibir algún día.
Pensarás que soy una exagerada. Pero, en verdad, cómo podemos pensar en
nuestras vidas, nuestros proyectos si antes no arrancamos por nuestro yo. 
A esto se suma que cultivar nuestro autoestima no dura solo
un cuatrimestre o cinco años, sino que es toda la vida, con sus altos y bajos.
No se trata de que un día me recibí de “autoestimista” y listo. 
Es una materia bastante singular, porque mientras aprendamos
ya lo estamos ejerciendo. El autoestima requiere como mínimo la flexibilidad,
el amor y la paciencia para con uno mismos y dejar por ratos de pensar en los
demás, porque sin la existencia de un yo es difícil hacer algo genuinamente por
el otro. Sería más maquillaje que verdadera acción. 
¿Cuántas veces me quiero? ¿Cuántas veces me detesto?
¿Cuántas veces no me doy tiempo?, son un sinfín de preguntas las que dispara mi
mente respecto de mi autoestima. Siempre hay algo nuevo bajo el sol.  Mis quereres, mis enojos, mis frustraciones
no vienen de un otro, del afuera, sino que se conciben en alguna dimensión
desconocida de mí. Darme cuenta de esto no fue tarea fácil. Pero, al menos, me
animé y convivo con mis dimensiones. 
Cuando me veo más humana, con posibilidad a equivocarme para
aprender, con la posibilidad de quererme para no lastimarme, con la posibilidad
de esperarme para no crecer en la ansiedad, me siento más yo. Y no es que no me
importen los demás, todo lo contrario. 
Si dejo fluir mi ser el aire es más liviano. Si dejo fluir
mi ser la libertad es más sentida. Si dejo fluir mi ser la musicalidad de mi
vida me acompaña en cada uno de mis días. 
No se trata que no me importes vos, ni ustedes. Se trata de
ser más yo antes que nosotros. Cuando soy más yo, un yo íntegro, sé que al
mirarte a los ojos el andar de a dos no será una materia a cursar, sino una
historia a vivir. 
Hasta todos los momentos

No hay comentarios:
Publicar un comentario
L@s camaradas dicen