jueves, 28 de julio de 2016

Sin expectativas en el frente


Y un día sentí un peso en la espalda, casi que me dobla la cintura. No sabía bien que estaba pasando. Pero algo intuía. Me pregunté a mi misma cuánto hacía que no revisaba mi propia mochila.

Imaginariamente es una mochila donde guardo sueños, ilusiones y amores para que ninguno de ellos se me quede en el camino.  Cuando se trata de sueños, ilusiones y amores prefiero guardarlos bien para que ninguno se me escape. También los guardo para tenerlos presentes. A veces, un sueño cambia por otro; un amor se recicla en otro y de eso también tengo que encargarme.

Bueno, como te decía, un día me di cuenta de la desactualización de mi mochila. La revisé y encontré una mezcolanza tremebunda. Me acuerdo cuánto trabajo me dio por un buen rato. Que revisar esto, que revisar aquello. Y entre esto y aquello me armé y desarmé tantas veces que no llegué a contar. En verdad, nunca me detuve a contar cuántas veces exactas me desarmé porque estaba muy ocupada precisamente en volver a armarme.

Como pasa con el escritorio o la biblioteca, cuando dejas juntar cosas sin sentido se arma un desorden con mayúscula. Mi mochila tenía tal desorden que no sabía por donde empezar. Miré al cielo y le pedí que me ayude.

Primero revisé el estado de mis amores. Estaban actualizados contando desde mi último mal de amores.

Segundo, mis ilusiones. Noté que habían crecido, probablemente porque desde hace unos años decidí regalarlas todos los días.

Tercero, mis sueños. Y ahí encontré unos ovillos que para que te voy a contar. Tanto desorden que me costaba ver su origen, encontrar el nudo que trabó enmarañó el resto. Y, claro, vi que los sueños empezaron a mutarse y ya no eran sueños.

Entre la herencia de mi nonna, el testamento de mi madre y el legado vivo de mi padre mis sueños habían sido interferidos. Y cuando miré un poco más allá me encontré con la sociedad, las instituciones y las normas socioculturales.

¡Listo!

Las expectativas se habían colado a mi mochila y ahí estaba el semejante zafarrancho que habían hecho con mi orden tan cuidado.

Que el éxito es sinónimo de hacer una carrera universitaria devino en que sea una mujer moderna y profesional, sin darme cuenta que ese nudo empezaría a cortar otros fluidos de mi vida.

Que apurate que te va a agarrar el reloj biológico me llevó a tener enormes pesadillas con un reloj viviente que cae sobre mi panza y ¡zas!, un reloj que con solo apretar mi panza la vacía automáticamente.

Que tenes que tener tu propia casa me generó una sucesión sucesiva de frustraciones antes de llegar a la caja de un banco.

Que la ropa siempre tiene que combinar me llevó a rechazar una paleta de colores prolija y sintética en mis días.

Y ahí estaban todas juntas. Las expectativas, claro. Tratando de expandir el caos en la mochila de mi vida. Me llevó varios días. Pero les dije basta, cada una a su casa, cada una vuelve a su origen. 

Y así despedí a la mujer modernamente profesional, a la seguridad de un espacio físico, por citar algunos ejemplos. Una a una las despedí, amorosamente, con mucho esfuerzo. No te digo que están totalmente fuera de mi vida, porque te mentiría. Están presentes en su lugar, que justamente no es la mochila de mi vida.

A las expectativas las mantengo a raya, de esta línea no pasan. Entre vos y yo te confieso que no se dan por vencidas. Lo bueno es que  yo tampoco me declaro por vencida, ni vencida.

Ah, también me deshice de mi mochila de la vida. Prefiero que la felicidad me agarre liviana y suelta y no cargando nada, ni siquiera mis sueños, mis amores e ilusiones.

Ordenando mi caos y desandando los nudos aprendí que los sueños no se cargan, sino que trabajamos hasta lograrlos; los amores tampoco se cargan, porque somos nosotros y las ilusiones tampoco se cargan porque son las que nos hacen andar todos los días, como la utopía.

Hasta todos los momentos

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