Él revolucionario de madera. Ella la vendedora de un almacén
de ramos generales. Él era considerado un prófugo de la justicia, bandolero,
ladrón, asaltante de caminos, cuatrero. Y ella había estudiado maestra.
Dos mundos distintos. Dos lenguajes
diferentes. Dos códigos distintos. Pero, como sabes Renata, para el amor
nada es imposible, me dice el
Subgeneral Siqueiro en el comienzo de la ronda de mate de los domingos por la
mañana.
Matilda conoció a Francisco al abrir la puerta del almacén
de su familia. El motivo de su entrada fue la compra de ginebra. Ni bien lo
vio, ella sintió que ese hombre sería el compañero de su vida.
Cuatro palabras más o menos signaron su primer encuentro.
Desde ese primer día, Matilda sabía que volvería a verlo. No sabía cómo, ni
cuándo. Pero el lugar iba a hacer el almacén.
A la semana, Francisco regresó por otra ginebra. Matilda no
sabía cómo despertar la atención de aquel hombre, que parecía no importarle
nada. Al sonarle tan desconocido
no supo más que decirle: “su ginebra de la semana” y la correspondiente
respuesta fue “vendré por otra la próxima semana”. Y así Matilda supo que
volvería a ver a ese hombre.
Mientras faltaban días para verlo, Matilda averiguó
a qué se dedicaba ese hombre y así el cantinero de la ciudad le contó que era un
hombre de la revolución. Un hombre libre-pensador que quería de su país una
tierra de libertad, fraternidad y amor. De esta manera, Matilda se enteró que
estaba enfilado en el Ejército de Liberación Antiterrateniense. Y supo que era
uno de los hombres más fuertes del grupo de guerrilleros. Con toda la
información recopilada se preguntó: ¿cómo podría conquistarlo? ¿Qué tendrían
ellos en común? Noches y noches Matilda pensaba en el hombre de la ginebra.
Leyó los manifiestos de ese ejército y se dio cuenta que la base de su
movimiento era la libertad y la igualdad.
Con la llegada de la semana, Francisco visitó la tienda.
Francisco: ¡Buenos días, Matilda! ¿Cómo estuvo su semana?
Matilda: Muy bien, señor sin nombre.
Matilda: Muy bien, señor sin nombre.
El Subgeneral Siqueiro me cuenta que Francisco estalló en
risas.
F: Me llamo Francisco, Matilda.
M: Ahora sí. ¿Y su semana?
F: Con muchas reuniones, mucho movimiento.
M: ¡Me imagino un hombre cómo usted!
F: ¿A qué se refiere, Matilda?
M: Luchar por la libertad y la igualdad, en estos tiempos no parece nada fácil. Estamos inmersos en una sociedad hostil, cada quien piensa en cada quien y de nuestros gobernantes ya ni sé que pensar.
M: Ahora sí. ¿Y su semana?
F: Con muchas reuniones, mucho movimiento.
M: ¡Me imagino un hombre cómo usted!
F: ¿A qué se refiere, Matilda?
M: Luchar por la libertad y la igualdad, en estos tiempos no parece nada fácil. Estamos inmersos en una sociedad hostil, cada quien piensa en cada quien y de nuestros gobernantes ya ni sé que pensar.
Después de esa charla, el Subgeneral me cuenta que Matilda y
Francisco pasearon la tarde del domingo por el parque. Hablaron de su vida, de
sus sueños. Matilda enamoró a Francisco con sus miradas, intensivas como cada
palabra de esa charla. Y Francisco no reprimió sus ganas de besarla. Bajo un
árbol tomo a Matilda de la mano, corrió su cabello y la besó.
Juntos comenzaron a compartir sus pensamientos, sus sueños y
anhelos. Matilda se convirtió en una revolucionaria del amor. En cada una de
sus tareas proclama el amor para todos, mientras que Francisco estaba atento a
la aceleración de los tiempos de aquella época. La revolución ya tocaba la
puerta.
Al poco tiempo de su noviazgo, Francisco le cuenta a Matilda
que viaja hacia el campo de la ciudad para comenzar con la revuelta. Matilda
comprende que era necesario no sólo por su país, sino para el futuro de ellos.
En esos tiempos Matilda se dedicó a la enseñanza. Desde que
había obtenido el título no había dado sus pasos como maestra. Y mientras
Francisco seguía en la revuelta ella se ocupó de llevar adelante la revolución
por medio de la educación, la formación de los más pequeños.
Tiempos complicados para la pareja. La familia de Matilda
decide ir a vivir a otro país. Pero Matilda se negaba. Francisco habló con su
familia y nadie dio marcha atrás con la decisión.
F: Matilda, viaja con tu familia. En tres meses ya nos
volveremos a ver y no nos separaremos más.
M: ¿Cómo estás seguro?
F: Matilda de la fuerza del amor podemos hacer hasta lo imposible.
M: ¿Cómo estás seguro?
F: Matilda de la fuerza del amor podemos hacer hasta lo imposible.
El Subgeneral dice no fueron tres meses, sino que tardaron
dos años en reencontrarse. La revolución llevó más tiempo, recién al año y
medio derrocaron al gobierno. Y así el país se liberó de ataduras
dictatoriales. Matilda recibía esporádicas cartas de Francisco. Una mañana al
leer el diario se había enterado que había triunfado la revolución. Sus padres
no querían volver a su país natal. Así que Matilda una noche se escapó rumbo al
reencuentro con Francisco.
El Subgeneral me cuenta que Francisco estaba esperándola, ya
en un país libre, donde primaba la fraternidad y el amor.
Hasta todos los momentos.

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