domingo, 13 de noviembre de 2011

Dos mundos, un amor


Él revolucionario de madera. Ella la vendedora de un almacén de ramos generales. Él era considerado un prófugo de la justicia, bandolero, ladrón, asaltante de caminos, cuatrero. Y ella había estudiado maestra. 

Dos mundos distintos. Dos lenguajes diferentes. Dos códigos distintos. Pero, como sabes Renata, para el amor nada  es imposible, me dice el Subgeneral Siqueiro en el comienzo de la ronda de mate de los domingos por la mañana.

Matilda conoció a Francisco al abrir la puerta del almacén de su familia. El motivo de su entrada fue la compra de ginebra. Ni bien lo vio, ella sintió que ese hombre sería el compañero de su vida.

Cuatro palabras más o menos signaron su primer encuentro. Desde ese primer día, Matilda sabía que volvería a verlo. No sabía cómo, ni cuándo. Pero el lugar iba a hacer el almacén.

A la semana, Francisco regresó por otra ginebra. Matilda no sabía cómo despertar la atención de aquel hombre, que parecía no importarle nada. Al sonarle tan desconocido  no supo más que decirle: “su ginebra de la semana” y la correspondiente respuesta fue “vendré por otra la próxima semana”. Y así Matilda supo que volvería a ver a ese hombre. 

Mientras faltaban días para verlo, Matilda averiguó a qué se dedicaba ese hombre y así el cantinero de la ciudad le contó que era un hombre de la revolución. Un hombre libre-pensador que quería de su país una tierra de libertad, fraternidad y amor. De esta manera, Matilda se enteró que estaba enfilado en el Ejército de Liberación Antiterrateniense. Y supo que era uno de los hombres más fuertes del grupo de guerrilleros. Con toda la información recopilada se preguntó: ¿cómo podría conquistarlo? ¿Qué tendrían ellos en común? Noches y noches Matilda pensaba en el hombre de la ginebra. Leyó los manifiestos de ese ejército y se dio cuenta que la base de su movimiento era la libertad y la igualdad.

Con la llegada de la semana, Francisco visitó la tienda.

Francisco: ¡Buenos días, Matilda! ¿Cómo estuvo su semana?
Matilda: Muy bien, señor sin nombre.

El Subgeneral Siqueiro me cuenta que Francisco estalló en risas.

F: Me llamo Francisco, Matilda.
M: Ahora sí. ¿Y su semana?
F: Con muchas reuniones, mucho movimiento.
M: ¡Me imagino un hombre cómo usted!
F: ¿A qué se refiere, Matilda?
M: Luchar por la libertad y la igualdad, en estos tiempos no parece nada fácil. Estamos inmersos en una sociedad hostil, cada quien piensa en cada quien y de nuestros gobernantes ya ni sé que pensar.

Después de esa charla, el Subgeneral me cuenta que Matilda y Francisco pasearon la tarde del domingo por el parque. Hablaron de su vida, de sus sueños. Matilda enamoró a Francisco con sus miradas, intensivas como cada palabra de esa charla. Y Francisco no reprimió sus ganas de besarla. Bajo un árbol tomo a Matilda de la mano, corrió su cabello y la besó.

Juntos comenzaron a compartir sus pensamientos, sus sueños y anhelos. Matilda se convirtió en una revolucionaria del amor. En cada una de sus tareas proclama el amor para todos, mientras que Francisco estaba atento a la aceleración de los tiempos de aquella época. La revolución ya tocaba la puerta.

Al poco tiempo de su noviazgo, Francisco le cuenta a Matilda que viaja hacia el campo de la ciudad para comenzar con la revuelta. Matilda comprende que era necesario no sólo por su país, sino para el futuro de ellos.

En esos tiempos Matilda se dedicó a la enseñanza. Desde que había obtenido el título no había dado sus pasos como maestra. Y mientras Francisco seguía en la revuelta ella se ocupó de llevar adelante la revolución por medio de la educación, la formación de los más pequeños.

Tiempos complicados para la pareja. La familia de Matilda decide ir a vivir a otro país. Pero Matilda se negaba. Francisco habló con su familia y nadie dio marcha atrás con la decisión.

F: Matilda, viaja con tu familia. En tres meses ya nos volveremos a ver y no nos separaremos más.
M: ¿Cómo estás seguro?
F: Matilda de la fuerza del amor podemos hacer hasta lo imposible.

El Subgeneral dice no fueron tres meses, sino que tardaron dos años en reencontrarse. La revolución llevó más tiempo, recién al año y medio derrocaron al gobierno. Y así el país se liberó de ataduras dictatoriales. Matilda recibía esporádicas cartas de Francisco. Una mañana al leer el diario se había enterado que había triunfado la revolución. Sus padres no querían volver a su país natal. Así que Matilda una noche se escapó rumbo al reencuentro con Francisco.

El Subgeneral me cuenta que Francisco estaba esperándola, ya en un país libre, donde primaba la fraternidad y el amor.

Hasta todos los momentos.


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