
Mi punto de partida es tomar las cosas como son para crear
la posibilidad de cambio.
Algo así me pasa con el lunes, con el acarrear sueño y el
tedio de la iniciación rutinaria. Todo lo que es rutina me aburre. El aburrimiento es mi defecto por gajes
del oficio.
Acepto el tedio del primer día hábil de la semana, pero no
presento renuncia.
¿Parte de enferma? ¿Autosecuestro de sábanas? ¿Jugar a las
escondidas?
¿Dónde está Renata? Y todos ustedes, unánimemente, alegan desconocer mi paradero.
Lunes: ¿el aguafiestas del fin de semana o el reproductor de
energía?
Lunes, la faceta robotizada del hacer, por obligación o
interés.
Lunes, el censor del desmadre findemanesco.
Lunes, el día tradicional del inicio de dieta, de la ida al
gimnasio y de la agenda organizacional.
Lunes, el día del arranque.
Lunes, el día de trámites prorrogados, reuniones eternamente
postergadas y la acumulación de pendientes varios, cual almacén de ramos
generales.
Mejor restar antes que sumar.
Mejor una hora de inventiva cre-activa antes que lidiar con
las costumbres del lunes.
Mejor un rato de mates en el parque con buena compañía antes
de convertirme en una transeúnte acelerada.
Mejor un desayuno revoluteador antes que salir a la calle.
Mejor escribir antes que abrir a la puerta y salir a jugar
con la rutina.
Aceptar no es resignar, es sólo abrir el abanico creativo de
nuevas oportunidades, de esas que sólo conoceremos al atravesar el umbral del
lunes.
Hasta todos los momentos.
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