Para mi es
una afirmación revolucionaria. Pero con el correr del tiempo, el uso y abuso la
catalogaron como una frase de moda.
En el
reinado del no me importa nada, capaz, suena a una expresión universalmente
banal. Pero si escuchas más allá te encontrás con una expresión mágica.
“Te quiero”
es un grito irreprimible del amor, de los enamorados y de los revolucionarios
por el amor.
Estas dos
palabras, conjugadas, transmiten emociones, sentimientos, son como una suerte
de confesión mágica, que convoca una respuesta no menos mágica “Yo también te
quiero”.
Mientras
escribo imagino, en el mundo, muchos seres intercambiando infinitos “Te
quiero”.
Es una
afirmación revolucionaria, porque cuando la digo, la pienso y la siento imagino
que el sólo hecho de hallarme en la reciprocidad causará una revolución en mi
vida y mi mundo.
“Te quiero”
carece de empleos estructuralmente sociales. Estas palabras no están sujetas
por ningún condicionamiento social. Puede ser desde una expresión sublime,
solemne hasta erótica.
También
carece de modalidades. No tiene grados, ni mediciones. Cuando digo “Te quiero”
es mi sentimiento más pleno, sin graduación planificada. Estas palabras no son
metáforas, ni una frase común. Aunque la encuentro en el diccionario está fuera
de su alcance. Cuando digo “Te quiero” transgredo las reglas gramaticales,
pienso en el destinatario, experimento ese sentir amoroso.
No es un
simple enunciado, ni dos vocablos más del lenguaje. Es un grito, una
exclamación de lo que uno siente por el otro, sin miedos, ni dudas.
“Te quiero”
no compete a la lingüística, ni al castellano, tampoco es pertenencia de la
Real Academia Española.
“Te quiero”
es la voz del goce, de mi deseo. Mi deseo no habla, pero dice “Te quiero”.
Hasta todos
los momentos.
P.D: Amo a Woody Allen.
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