domingo, 28 de agosto de 2011

Satima, Tita y un tanguito


Subgeneral Siqueiro: ¿Renata, conocés a algún tanguero?
Renata: ¿En vivo y en directo?
SS: Claro.
R: Sé del Polaco Goyeneche, Gardel, Julio Sosa.
SS: El universo tanguero es pródigo en historias de amor revolucionario o clandestino. Pasiones rebeldes y secretas que duran de un instante o toda la vida.  

Al abrir bien los ojos, el Subgeneral Siqueiro comenzó con su historia de domingo. Satima es un joven bohemio, que se pasaba horas curioseando el mundo femenino. Él también quiso cantar las más revolucionarias historias de amor, eso sí, con un requisito inquebrantable: ser el protagonista.

Los domingos, por la noche, era artífice de una amplia convocatoria en La Viruta. Su mirada se pierde entre las piezas de baile y su adrenalina crece ante el danzar apasionado de los tacones. Después de las rondas tangueras, sube al escenario. Desde lejos –y a pesar de sus casi cinco vasos de whisky- puede diferenciar a l@s habitué de la casa, de l@s extranjer@s y de l@s esporádic@s.

Después de cantar, Satima solía compartir una copa de vino con Tita.

Tita era una adolescente, que solía escaparse de su casa para disfrutar de la atmósfera de La Viruta. Esperaba que sus padres se durmieran, salía por la ventana de su cuarto y trepar el árbol era el trampolín para llegar a la milonga. Y ahí, después de escuchar sus canciones, se entretenía charlando con Satima.

Satima tenía 20 años y Tita 15. Pero, entre ellos la diferencia de edad no se hacía presente.

Una noche, otro domingo, la mirada de Satima no hallaba la figura de Tita. Ante su ausencia fue por su sexto vaso de whisky y enfrentó al público con un sincericidio: “Esta noche es la más triste del amor”.

Segundos antes de terminar su show siguió sin encontrar a Tita.  Dejó el micrófono, bajó la cabeza y se retiró ante los aplausos del auditorio.

El Subgeneral Siqueiro me cuenta que Satima se encerró en su pieza y sólo dejó entrar al dueño de la milonga. Ninguno de los dos se podía responder el por qué de la ausencia de Tita.

Una tardecita, Satima divisó a Tita sentada en una hamaca. Reconoció sus pies jugando sobre la arena. Y, de repente, a los cuatro vientos gritó su nombre. Tita volteó su mirada y se sorprendió con ese encuentro.

Tita le contó que ya no podía escaparse de su casa, los domingos por la noche. Sus padres se habían dado cuenta y la castigaron durante un mes.

S: Yo pensé que no querías verme más.
T: No, Satima, no podía salir de mi casa.
S: ¿Y cómo hacemos para seguir viéndonos?
T: ¿Ves aquel árbol?
S: Sí.
T: Antes que entres a LaViruta te espero ahí.
S: Prometo no faltar ningún domingo.
T: Yo estaré siempre esperando que me cantes algún tanguito.

Hasta todos los momentos.


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