domingo, 31 de julio de 2011

La leyenda de la promesa a Ixchel

Renata: ¿Quién es Ixchel? ¿Por qué las personas le prometen a ella?
Subgeneral Siquiero: Hay muchas leyendas de amores revolucionarios relacionados con ella. ¿Quieres qué te cuente una?
Renata: Sí, claro, pero también háblame de esa diosa.

Sentados sobre el pasto, el Subgeneral Siqueiro me cuenta la historia de Metstli y Tonatiu.

Metstli era una joven inquieta, curiosa, soñadora del amor sincero y libre. Cada uno de sus días era guiado por su espíritu rebelde. Descendiente de familia arriesgada y nómade. A ella sólo le interesaba dibujar y grabar sobre las piedras de su campo.

Tonatiu era un joven irreverente, declaradamente rebelado con las normas y reglas impuestas por su pueblo. Descendiente de familia tipo matriarcado y grandes cazadores de su tribu.

Ambos pertenecían a pueblos y, correspondientemente, culturas opuestas. A simple vista, parecía que nada tenían en común.

Una noche Metstli se extravió por el bosque, que estaba diagonalmente enfrente de su campamento. Camino kilómetros, kilómetros hasta que sin querer penetró tierras desconocidas. Ni siquiera la luna acompañó sus perdidos pasos. Hasta ese momento, no se sabía por qué la luna –su cómplice fiel- había dejado de iluminarla.

Desde el otro extremo de ese bosque casi impenetrable, Tonatiu veía el movimiento de una mujer. No entendía bien qué hacía ella, a altas horas de la noche. Creyó que esa mujer estaba sin rumbo fijo. Y decidió acudir en su ayuda.

A lo lejos, muy lejos, Metstli vislumbró una pequeña luz, movible entre los pastos y los árboles. Su cuerpo experimentó la sensación extraña que aquella luz era la brújula de sus pies descalzos.

Mientras, Tonatiu avanzaba siguiendo la danza de aquella silueta femenina, esquivando las malezas propias del terreno.

La luz se le imponía cada vez a Metstli, que decidió acelerar sus pasos para no perderla. Y Tonatiu comenzó a dar pasos agigantados por el temor de que aquella mujer se disipara en medio de las sombras.

Después de un largo tramo de árboles, plantas y malezas, Metstli fue iluminada por la luz de Tonatiu.

Metstli: ¿Eres tú?
Tonatiu: ¿Tú y yo ya nos conocíamos?

Metstli recordó años atrás, cuando parada frente a la diosa Ixchel soltó una promesa al aire. Esa noche, Metstli le pidió a la diosa que su vida fuera iluminada por un hombre inquieto y apasionado, no importaba de dónde venía, ni su descendencia. Y ella, a cambio, le prometió que jamás cultivaría la cobardía ante el amor revolucionario de y con las personas.

Y así fue como Metstli emigró hacia la tribu de Tonatiu para que ninguno de los dos perdiera la iluminación de la revolución.

Renata: ¿Y por qué la promesa a Ixchel?
Subgeneral Siqueiro: Metstli quería descubrir el secreto del amor revolucionario. Ella intuía que el único condimento necesario para su existencia era profesar la religión del amor, la fe en que el amor encarna todas las cosas. Metstli investigó acerca de los dioses y así fue como eligió a Ixchel.
Renata: ¿Ixchel es la diosa del amor?
Subgeneral Siqueiro: Es la representación de la femineidad más pura. Los mayas la llamaban “El corazón del cielo”. Es el eterno principio femenino, representado por la luna, que habla de la femineidad productora y receptora, de ella todo sale y a ella todo vuelve. Y, además, es la maga elemental instintiva y, justamente, Metstli recurrió a esta diosa, porque es la que nos da los instintos y la fuerza natural instintiva.
Renata: ¿Y cómo terminó la historia entre Metstli y Tonatiu?
Subgeneral Siqueiro: ¿Por qué siempre preguntas por el final de una historia? El amor revolucionario admite finales abiertos.
Renata: Por curiosidad, para descubrir más el amor revolucionario.
Subgeneral Siquiero: Como buena historia del amor revolucionario, sólo el destino guió los pasos de Metstli y Tonatiu. Dice la lengua popular, que él y ella pasaron varias tormentas, varias confusiones, varias guerras entre sus pueblos, pero que siempre prevaleció el amor revolucionario como su norte.

Hasta todos los momentos.


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